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Fuente: La Nación
El gran ícono de la moda brasileña está en primera fila. Con aire Jackie, de negro o de blanco-negro según el día, grandes anteojos oscuros, pelo recogido, antes y después de los desfiles es sistemáticamente rodeada por un montón de jóvenes periodistas y admiradores. Es Constanza Pascolato, la sobriedad en persona. Y la calidez. Durante veinte años fue editora de moda de la revista Claudia, y también hizo escuela en el suplemento Cotidiano de la Folha de São Paulo.
El revuelo sigue por los pasillos de la San Pablo Fashion Week, en la Bienal de Ibirapuera la semana última, donde la persiguen los micrófonos. No siempre tiene ganas de hablar, pero habla: la figura espigada o ampliada en volúmenes; los mix de colores y estampas; el todo con todo; el blazer largo y al cuerpo; las transparencias; las texturas nuevas; los cortos-cortos; el rock a puro short y tacha; el streetwear cada vez más instalado, los neutros... Lo que viene y lo que está.
"La brasileña se ajusta demasiado; tendría que despegarse la ropa de la piel, ganaría si entendiera otra manera de ser sexy", dice mientras aplaude el diseño de su país, aunque con entusiasmo dispar.
Tiene razón Pascolato. Brasil es exuberante por donde se lo mire, de la vegetación a la manera de llevar la ropa. Y lo es en sus diseños, que en promedio tienen mucho más de todo que de nada. Desde las texturas nuevas que le provee su poderosa industria textil (vayan los destellos de los lúrex con relieve y los jacquards rasados, entre otros) o los brillos que le llegan de la división Crystallized de Swarovski, ahora en alianza con Alexandre Herchcovitch, Gloria Coelho y Lino Villaventura.
Y también es color, aunque el negro haya peleado y bien ganado su puesto para este otoño-invierno en presentaciones más centradas en la ropa que en el show. Sólo hojas secas en pasarela, una puerta de salón con araña de estilo para que asomen las modelos; un enorme león en cartapesta hablando de algún safari de película o una que otra modelo cerrando el desfile con vestidos-mesa para subrayar la inspiración mueble inglés de la colección.
La excepción, Ronaldo Fraga, uno de los consagrados, con la puesta más llamativa: el pelo en la cara, la careta en la nuca, el minichambergo o el sombrerito colla bien arriba, las sedas y las gasas trabajadas con espíritu folk, pero sofisticado, en composiciones escenográficas. El viaje se inicia en la Argentina con capotes oscuros y melancólicos, como Cambalache, tema con el que abrió, y sigue mucho más allá, quizás hasta Oriente. Un aparente too much que dejará de serlo ni bien se desarticule la puesta.
Muy diferente a otros diseñadores, como Lino Villaventura, tal vez la expresión más cabal del gusto brasileño por llevar todo encima en el mismo instante: vestidos al cuerpo con detalles de piel marcando cinturas, texturas hipertrabajadas en mix de colores, mucho negro y capas supervoluminosas en tornasol, que a los brillos de sus géneros agregan otros aplicados. Obnubila y es suceso.
Sería, como en otra sintonía lo es Raineri, que lo precedió con una presentación estilo años 50 para ir a admirar la fauna africana sin sacarse el turbante, contracara de otras posibilidades minimalistas y urbanas. Por ejemplo, María Bonita. Con desfile al rayo del sol y onda naïve (modelos adolescentes prácticamente sin maquillaje; sólo un touch de color en la raya del pelo), trabajó el efecto red y origami en vestidos y equipos de pantalón y campera con resultados interesantes. El gris tenue domina la escena y convive con toques de marrón y verde inglés en algunos de los paños que componen sus diseños. Un vestidito sin nada más que un buen corte de repente gana con el movimiento de sus mangas cortas tajeadas, que dejan ver otro tono interior.
Despojada, tranquila, excesivamente retro, Huis Clos recrea la fluidez de los años 20 y 30 en tonos claros contrastando texturas (satén de seda, gasas, lanas caladas, pieles) en cortes ligeramente geométricos. Hay flecos y transparencias sutiles. La falda, a la rodilla; en la cabeza, turbantes.
Entre el todo o la suma indiscriminada de recursos, y la nada o el menos es más brasileño, podría inscribirse a Alexandre Herchcovitch, que si no es el número uno del país ahí anda.
En rápido diálogo en el backstage, dice que le da igual diseñar para el hombre, la mujer, la casa... Podría inferirse que también le resulta estimulante hacerlo para otras marcas: es el autor del nuevo prêt-à-porter de Rosa Chá, la famosa firma de trajes de baño que con él innova en estilo lingerie para mostrar, con equipos de pollera tubo y corsetería retro-futurista.
Pero Rosa Chá es una cosa y Herchcovitch, otra. Fuertísima y original su colección masculina; modelos con caras-calavera (su símbolo) y el ajedrez inspirador de El séptimo sello, la película de Bergman. Parkas hasta el piso con cierres por todos lados; camisas, camperas, pantalones y suéteres con aplicaciones de malla negra (¿la de pescar?); capotes cortos en damero con interiores escoceses y traba lateral, y buzos con estampas de rey y reina. Innovador.
Es notable el taller de AH; los cortes son impecables también en su colección femenina de negros, grises, borravinos y dorado viejo con profusión de estampas tradicionales del este europeo. Un estilo para ejercitar el arte de la combinación y liberarse de ajustes innecesarios. Su ropa deja al cuerpo tranquilo y aunque incluye mucho de todo, no molesta: hay bordados; texturas brillantes y opacas; red; bijou encadenada y, entre otras cosas, aplicaciones de cristales incluso en los zapatos.
Constanza Pascolato aplaude entusiasmada; la gente delira.
Un alto antes del próximo desfile, tal vez una visita al showroom de Sedal, nuevo main sponsor de esta semana que reúne un público multitudinario, pero del métier. Sólo invitados especiales, buyers del país y el extranjero y alrededor de 50 periodistas llegados de todos lados.
"Esta semana es un éxito, me encanta el diseño brasileño; en importancia, a la SPFW la pondría después de los desfiles de hombres de Milán. Sólo por ahora, porque va a seguir evolucionando", dice Jason Campbell, periodista de Los Angeles. Lleva cigarettes, botas-aguja y una suerte de robe-de-chambre liviana en cuadrillé gris-blanco. Precisamente, la robe masculina o el nuevo saco, a la cadera y para anudar, asoma en Amapô, firma joven que exagera desde el humor.
Campbell elogia también a Melissa, otro ícono de la moda brasileña cuyos diseños de temporada (las ballerinas doradas iridiscentes, un hit) se exhiben en esta SPFW, que tiene la comunicación como tema del invierno 10. En realidad, aquella que se da vía Internet, con redes sociales como Twitter. Al respecto, las paredes hablan: todas ellas, e incluso el techo, están llenas de palabras alusivas.
La fiesta sigue. Y ahí está otra vez el eclecticismo brasileño. Lo urbano-deportivo correcto y muy ponible de Ellus, con el saludo final de Jesús Luz, el novio de Madonna, que posa para las fotos, pero no emite sonido.
También, la arquitectura hecha ropa de Gloria Coelho; minivestidos futuristas bastante rígidos, metalizados y con texturas corrugadas. En otra sintonía, los fluidos y femeninos cortados en tiras destacan la figura en texturas asimismo brillantes.
¿Hay más? Sí, el look militar y difícil de Reinaldo Lourenço; el recargado de Fause Haten, con brillos y plumas; el prêt-à-porter canchero y colorido de Isabela Capeto, y el oscuro modernismo con hombreras de Osklen. Entre muchos otros (fueron alrededor de 40 colecciones) se destacó Cavalera, con banda en pasarela. Ochentosa y rockera, sumó tachas, destellos y buena onda. Que eso también vale.
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